Se proyecta estos días en nuestros cines el film “Altamira”, dirigido por el británico Hugh Hudson -director de “Carros de Fuego”- e interpretada por Antonio Banderas en el papel de don Marcelino Sanz de Sautuola. La película recoge la polémica desatada como consecuencia del descubrimiento, un día de finales de verano o principios del otoño de 1879, de las pinturas de la cueva de Altamira -cuando su produjo su descubrimiento no se la conocía con ese nombre-, en el término municipal de Santillana del Mar.
Fue María Justina Sanz de Sautuola, la hija de don Marcelino que acompañaba a su padre cuando aquel día entró en la caverna, quien vio lo que ella creyó eran bueyes. Fue un acontecimiento prematuro. Eso hizo que la polémica provocada acerca del carácter prehistórico de las pinturas fuera mucho más intenso de lo que solían serlo las disputas que por aquellas fechas acompañaban a los descubrimientos de lo que se llamaba “restos antediluvianos”. La Prehistoria era por entonces una disciplina que no había alcanzado el reconocimiento académico y estaba, en buena medida, en manos de geólogos y paleontólogos, ya que parte importante de los restos que se asociaban a la existencia de la humanidad primitiva se encontraban en cuevas y cavernas, lugares visitados y estudiados por los cultivadores de las mencionadas ciencias. Tales disputas habían enfrentado a prehistoriadores con importantes sectores de las iglesias cristianas europeas -católicos, anglicanos, luteranos, calvinistas-, aferradas a un relato bíblico del que deducían una escasa antigüedad para la presencia del hombre sobre la Tierra, al interpretar que la creación no iba más allá de unos pocos miles de años, mientras que los restos asociados al hombre primitivo que se encontraban, cada vez en mayor número, señalaban una antigüedad mucho mayor. La aparición del libro de Charles Darwin sobre el origen de las especies y la formulación de la teoría del evolucionismo, avivó la disputa que enfrentaba a creacionistas y evolucionistas.
Ese ambiente de polémica queda reflejado en la película y también, aunque en menor medida, el rechazo de los evolucionistas hacia las pinturas de Altamira, ya que consideraban, erróneamente, que el hombre prehistórico era un ser primitivo de capacidades muy limitadas. Era, por tanto, incapaz de tener las ideas estéticas que suponían realizar una obra como los espléndidos bisontes, caballos o ciervos que aparecían en la cueva cántabra. Desde las filas del creacionismo como del evolucionismo se cebaron los ataques contra Sanz de Sautuola, que llegó a ser acusado de falsificar las pinturas. También llovieron las críticas a don Juan de Vilanova y Piera, un valenciano, catedrático de Paleontología de una Universidad Central y principal referente de la Prehistoria española de la época, que se convertirá, desde el primer momento, en un ferviente defensor del carácter prehistórico de las pinturas de Altamira.
La película que, en gran medida, es una reivindicación de la figura de Sanz de Sautuola, tiene un elemento importante en el conflicto familiar que las aficiones de don Marcelino provocan en su esposa. Tiene una gran interpretación de Antonio Banderas, una más que adecuada ambientación histórica y unos esplendidos paisajes de la Cantabria donde ha sido rodada. Es un tributo a quien no se reconocerán los méritos de su descubrimiento hasta después de muerto, cuando en otros lugares, principalmente de Francia, se encuentren pinturas rupestres y Altamira, denominada como la Capilla Sixtina del arte prehistórico, tenga acompañantes al norte de los Pirineos.
(Publicada en ABC Córdoba el 23 de abril de 2016 en esta dirección)